jueves, 25 de julio de 2013

Sputnik, mi amor. Fragmento.

¿Por qué tenemos que quedarnos todos tan solos? Pensé. ¿Qué necesidad hay? Hay tantísimas personas en este mundo que esperan, todas y cada una de ellas, algo de los demás, y que, no obstante, se aíslan tanto las unas de las otras. ¿Para qué? ¿Se nutre acaso el planeta de la soledad de los seres humanos para seguir rotando? Me tumbé de espaldas sobre una piedra plana, alcé la vista hacia el cielo y pensé en la multitud de satélites artificiales que debían de estar girando alrededor de la tierra. El horizonte aún estaba ribeteado de una pálida luz, pero en aquel cielo teñido de un profundo color vino empezaban a brillar ya las estrellas. Busqué en él la luz de los satélites. Pero aún había demasiada claridad para que pudieran apreciarse a simple vista. Las estrellas visibles permanecían inmóviles, cada una en su lugar, como clavadas en el cielo. Cerré los ojos, agucé el oído y pensé en los descendientes del Sputnik que cruzaban el firmamento teniendo como único vínculo la gravedad de la tierra. Unos solitarios pedazos de metal en la negrura del espacio infinito que de repente se encontraban, se cruzaban y se separaban para siempre. Sin una palabra, sin una promesa.

Haruki Murakami.
Sputni, mi amor.
Maxi Tusquets, 2008.
5º edición, enero de 2009.
Capítulo 14, páginas 210 y 211.

Sputnik, mi amor. Ficha.

Título original: スプートニクの恋人, Supûtoniku no koibito

Autor: Haruki Murakami

Editorial: Maxi TusQuets

Edición: 5ª edición, enero de 2009

Traducción: Lourdes Porta y Junichi Matsuura

Número de páginas: 244

ISBN: 978-84-8383-516-6






Sinopsis: 

Del mismo modo en que, en el viaje del satélite ruso Sputnik, la perra Laika giraba alrededor de la Tierra y dirigía su atónita mirada hacia el espacio infinito, en Tokio tres personajes se buscan desesperadamente intentando romper el eterno viaje circular de la soledad. El narrador, un joven profesor de primaria, está enamorado de Sumire; pero ella, quien se considera la última rebelde, tiene una única obsesión: ser novelista. Sumire conocerá a Myû, una mujer casada de mediana edad tan hermosa como enigmática, y juntas emprenderán un viaje por Europa tras el que nada volverá a ser igual.

jueves, 4 de abril de 2013

Tokio Blues. Norwegian Wood. Reflexión.

[ADVERTENCIA]: No recomiendo leer esta entrada a nadie que no haya leído el libro, pues contiene spoilers. No me hago responsable de historias destripadas.


Terminar de leer esta gran obra ha dejado cierto vacío en mi interior. Aunque, por supuesto, no es la primera vez que me pasa, y espero que no sea la última. Siempre es una buena señal. 

Me gustaría seguir escuchando las historias de Watanabe eternamente. Se ha convertido en un nuevo amigo para mí, sin embargo debo resignarme a que no me cuente más que la historia de Naoko una y otra vez. Siempre y cuando decida releerlo.

Ni siquiera es la historia de Midori, pues nos cuenta el inicio, pero no el fin. No sabemos, y probablemente no sepamos jamás, como acabó esa historia. Si Watanabe fue capaz de decirle a Midori donde se encontraba y si ella fue a buscarle. Si después de aquello le habló sobre la muerte de Naoko y solucionaron sus problemas. Si ella se mudó con Watanabe cuando su hermana se casó y si, finalmente, ellos también se casaron y tuvieron un montón de bebés fuertes como toros.

Tampoco sabemos qué fue de la buena de Reiko. Si algún día volvió a encontrarse con su  marido y con su hija, si le fue bien en la escuela de música de su amiga, si volvió a enamorarse, si realmente lo hizo con Watanabe por última vez en su vida o si hubo algún otro hombre (o tal vez mujer) después. No sabemos si Reiko, tras ocho años en el sanatorio, consiguió curarse del todo o si volvió a recaer. 

¿Y Naoko? ¿Se encontró con Kizuki tras su muerte y vivieron juntos y felices para siempre, con sus eternos diecisiete y veintiún años, o tras la muerte todo acaba y sólo queda eterna oscuridad y olor a ceniza?

Me gustaría saber también qué fue de Tropa-de-Asalto, por qué se marchó sin decir nada, aunque tal vez ni siquiera Watanabe llegó a saberlo nunca. A veces he pensado que él también se suicidó. 

De Nagasawa sólo me interesa saber si algún día renunció a sus ideas o, simplemente las cambió. Si continuó siempre con su particular estilo de vida. Si alguna vez se arrepintió de todo y deseó haber conservado a Hatsumi a su lado. ¿Se sentiría culpable de su muerte?

Me abruma un poco la forma en que se trata el suicidio a lo largo de toda la novela. Murakami habla de ello con total naturalidad, como si realmente formase parte del día a día que un puñado de adolescentes  y jóvenes se quiten la vida.

Siempre he oído que en los países muy desarrollados y con un nivel muy alto de educación y disciplina las tasas de suicidio son bastante altas, pero jamás imaginé que fuera para tanto. Esto me ha llevado a investigar la realidad sobre Japón.

He descubierto que es el séptimo país por tasa de suicidio (España está en el puesto 53), y el segundo entre los países ricos, después de Rusia. Se suicidan 27 personas de cada 100 000, hombres en la mayoría, lo que supone una media de un suicidio cada 20 minutos. [*]

Estos datos me han parecido alarmantes. Tal vez en un futuro investigue más a fondo el tema, profundizando en las causas principales de estas muertes.

Pero me estoy alejando del tema. Volviendo a mis reflexiones tras acabar el libro, he de decir que me ha hecho pensar bastante sobre la vida, la muerte y cómo están interrelacionadas. Y no puedo más que estar de acuerdo con Watanabe. 

Creo que la muerte forma parte de la vida y que está contenida en ella. Forma parte en todos los sentidos. Para empezar, porque todos conocemos a alguien que ha muerto; eso hace que la muerte entre en nuestras vidas. Y para seguir, porque es el destino de todos y cada uno de nosotros. Nuestra meta final. Nuestro game over.

¿Qué sería la vida sin la muerte? ¿Qué es un principio sin final? Imagina por un momento vivir sabiendo que eso será infinito. Habiendo conocido la muerte, quizás tiendas a pensar "haría multitud de cosas, aprendería de todo, aprovecharía cada día al máximo". Pero, sinceramente, si ahora que sabes que esto va a acabar no lo haces, ¿por qué ibas a hacerlo sabiendo que tienes una eternidad por delante? Yo creo que lo que sucedería al final sería lo siguiente: "¿por qué voy a hacer equis cosa hoy, si puedo hacerlo mañana?". Y así veríamos la vida pasar. 

Por eso la muerte es maravillosa. Tanto o más como la vida. La muerte es útil y necesaria. Pero causa dolor. Mucho dolor. Watanabe sabe de eso. Él intenta aprender del dolor, pero sabe que es inútil. Sabe (y así refleja) que lo que aprende del dolor en un determinado momento, no le servirá para el próximo instante de dolor. Porque la muerte llega sin avisar, te pilla desprevenido y te sorprende. Porque la muerte duele mucho más cuando es un ser querido quien muere que cuando mueres tú mismo, aunque sea entre terribles sufrimientos. 

Aunque hay excepciones, claro. Como la muerte de los padres de Midori. Esas muertes son casi un alivio, porque en sus vidas ya sólo queda sufrimiento y espera. 

Midori me ha parecido una chica excepcional. Su sinceridad, tan natural, es envidiable. No teme decir lo que piensa o actuar en consecuencia. Si no quiere hablarte durante tres semanas, no lo hace. Si quiere pedirte que te masturbes pensando en ella, simplemente te lo dice. Sin tapujos, sin medias vueltas, sin vergüenzas. Me habría encantado que Watanabe le hubiese contado todo lo de Naoko para saber qué opinaba.

La cultura japonesa es muy diferente de la nuestra. Así que no puedo saber con total certeza si lo del sanatorio de Naoko y Reiko es realmente algo chocante, si es chocante sólo para nuestra sociedad o si es chocante sólo para mí. 

No sé expresar muy bien qué opino del tema, pero creo que un centro con tales características no ayuda realmente a una persona enferma. Es decir, me parece perfecto para gente que se encuentra perdida en determinado momento de su vida y necesita un lugar a donde escapar, una especie de retiro espiritual (algo que sí relaciono bastante con la cultura oriental). Pero de manera temporal, un par de meses, quizá. Hasta que las cosas vuelvan a su sitio. Pero, la verdad, pienso que si necesitas ocho años para que las cosas vuelvan a su lugar, es que necesitas ayuda. Ayuda de verdad, no el apoyo que pueda ofrecer un lugar así.

Creo que Naoko debió ir a un hospital especializado desde el principio. Quizá así no habría muerto. Aunque tal vez hubiese tomado mucho antes la decisión de suicidarse. Tampoco creo que Naoko amase a Watanabe, ni que Watanabe amase a Naoko. Simplemente, pienso que ambos veían en el otro el reflejo de Kizuki, a quién sí amaron pero ya no estaba. Y buscaban protección en la otra persona del mundo que podía comprenderles. No creo que aquello hubiese resultado bien.

No se debe forzar al amor, y creo que justamente eso es lo que estaban haciendo ellos. Por ejemplo, Watanabe se enamoró de Midori sin querer y apenas sin darse cuenta. Con Naoko era diferente. Se amaban porque tenían que amarse. 

Tal vez por eso Naoko no lograse estar húmeda. Tal vez una parte de ella se sentía forzada a amar a aquel hombre con quien, en realidad, sólo compartía el gusto musical y el recuerdo de un Kizuki de eternos diecisiete años. 

Tokio Blues es una novela que me ha marcado profundamente. Aunque he terminado de leerla hoy mismo y quizá dentro de un mes no piense igual. Pero me ha hecho pensar sobre la muerte, el amor, el sexo y la vida en general. Me ha hecho reflexionar profundamente. Me ha cambiado el estado de ánimo en cada momento. Ha sido capaz de tocar mi corazón. 


[*] Fuentes: Wikipedia y LaCoctelera.net.

Tokio Blues. Norwegian Wood. Ficha.

Título original: ノルウェイの森 Noruwei no Mori

Autor: Haruki Murakami

Editorial: Maxi TusQuets

Edición: 26ª edición, diciembre de 2012

Traducción: Lourdes Porta

Número de páginas: 381

ISBN: 978-84-8383-504-3






Sinopsis:

Mientras aterriza en un aeropuerto europeo, Toru Watanabe escucha una vieja canción de los Beatles que le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de los años sesenta. Recuerda entonces con melancolía a la misteriosa Naoko, la novia de su mejor amigo de la adolescencia. El suicidio de éste les distanció durante un año, hasta que se reencontraron e iniciaron una relación íntima. Sin embargo, la aparición de otra mujer en su vida lleva a Toru a experimentar el deslumbramiento y el desengaño allí donde todo debería cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte. 


Suite Francesa. Ficha.

Título original: Suite Française

Autora: Irène Némirovsky

Editorial: Ediciones Salamandra

Colección: Narrativa

Edición: 6ª edición, agosto de 2006

Traducción: José Antonio Soriano Marco

Número de páginas: 480

ISBN: 978-84-7888-982-2




Sinopsis: 

El descubrimiento de un manuscrito perdido de Irène Némirovsky causó una auténtica conmoción en el mundo editorial francés y europeo. Novela excepcional escrita en condiciones excepcionales, Suite francesa retrata con maestría una época fundamental de la Europa del siglo XX. En otoño de 2004 le fue concedido el premio Renaudot, otorgado por primera vez a un autor fallecido.

Imbuida de un claro componente autobiográfico, Suite francesa se inicia en París los días previos a la invasión alemana, en un clima de incertidumbre e incredulidad. Enseguida, tras las primeras bombas, miles de familias se lanzan a las carreteras en coche, en bicicleta o a pie. Némirovsky dibuja con precisión las escenas, unas conmovedoras y otras grotescas, que se suceden en el camino: ricos burgueses angustiados, amantes abandonadas, ancianos olvidados en el viaje, los bombardeos sobre la población indefensa, las artimañas para conseguir agua, comida y gasolina. A medida que los alemanes van tomando posesión del país, se vislumbra un desmoronamiento del orden social imperante y el nacimiento de una nueva época.

La presencia de los invasores despertará odios, pero también historias de amor clandestinas y públicas muestras de colaboracionismo. Concebida como una composición en cinco partes -de las cuales la autora sólo alcanzó a escribir dos- Suite francesa combina un retrato intimista de la burguesía ilustrada con una visión implacable de la sociedad francesa durante la ocupación. Con lucidez, pero también con un desasosiego notablemente exento de sentimentalismo, Némirovsky muestra el fiel reflejo de una sociedad que ha perdido su rumbo. El tono realista y distante de Némirovsky le permite componer una radiografía fiel del país que la ha abandonado a su suerte y la ha arrojado en manos de sus verdugos. Estamos pues ante un testimonio profundo y conmovedor de la condición humana, escrito sin la facilidad de la distancia ni la perspectiva del tiempo, por alguien que no llegó a conocer siquiera el final del cataclismo que le tocó vivir.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Suite Francesa. Fragmento.

Vale, bien, la guerra... Vale, bien, los prisioneros, las viudas, la penuria, el hambre, la ocupación... ¿Y después? No hago nada malo. Es el amigo más respuetuoso del mundo: libros, música, nuestros largos paseos por el bosque de la Maie... Lo que hace que parezcamos culpables es la idea de la guerra, esta plaga universal. Pero él es tan poco responsable como yo. No es culpa nuestra. Que nos dejen tranquilos... ¡Que nos dejen! [...] Que ellos vallan donde quieran, yo haré lo que me apetezca. Quiero ser libre. Me importa menos la libertad exterior, la libertad de viajar, de irme de esta casa (¡aunque sería una felicidad indescriptible!), que ser libre interiormente, elegir mi propio camino, mantenerme en él, no seguir al enjambre. Odio ese espíritu comunitario con el que nos machacan los oídos. Los alemanes, los franceses, los gaullistas, todos coinciden en una cosa: hay que vivir, pensar, amar como los otros, en función de un Estado, de un país, de un partido. ¡Oh, Dios mío! ¡Yo me niego! Soy una pobre mujer, no sirvo para nada, no sé nada, pero ¡quiero ser libre! Esclavos, nos han convertido en esclavos. La guerra nos manda a este sitio o al otro, nos priva del bienestar, nos quita el pan de la boca... Que me dejen por lo menos el derecho de enfrentarme a mi destino, de burlarme de él, de desafiarlo, de eludirlo, si puedo. ¿Una esclava? Mejor eso que ser un perro que camina detrás de su amo y se cree libe. Ellos ni siquiera son conscientes de su esclavitud, y yo me parecería a ellos si permitiera que la piedad, la solidaridad, el "espírito de la colmena", me obligaran a renunciar a la felicidad. [...] ¡A nadie! ¡No le importa a nadie! ¡Que luchen ellos! ¡Que se odien ellos! ¡Me da igual que en su día su padre y el mío combatieran el uno contra el otro! ¡Que fuera él personalmente quien hizo prisionero a mi marido (una idea que obsesiona a mi pobre suegra)! ¿Qué tiene eso que ver? Él y yo somos amigos.


Némirovsky, Iréne.
Suite Francesa.
Ediciones Salamandra, 2005.
6º edición, agosto de 2006.
Capítulo 17, páginas 367 y 368.